Los problemas que produce la microbiota en niños y adultos

Las bacterias de adentro pueden afectar muchas cosas en nuestro cuerpo, como comer mal, usar muchos antibióticos, el estrés y dormir poco. Si esto pasa, el cuerpo empieza a tener problemas que van más allá del estómago, como panza hinchada, diarrea o estreñimiento, y puede afectar las defensas e incluso el cerebro. En los niños, si estos bichitos están desbalanceados, puede afectar su crecimiento, absorber menos comida y tener más alergias o enfermedades raras.

Tu barriga tiene, unas bacterias microscópicas, influye en tu estado de salud mental y física. Hay estudios que hablan de una conexión entre tu estómago y tu cerebro, como un teléfono descompuesto. Si esas bacterias se desequilibran, puede cambiar la cantidad de conexiones químicas cerebrales, como la serotonina. Esto podría hacerte sentir más ansioso o estresado.

Este vínculo destaca la importancia de cuidar nuestro ecosistema interior, no solo el físico, sino también el anímico. Para un microbioma feliz, hay que abrazar hábitos equilibrados. Una dieta de libros, con recetas mágicas y probióticos, puede mejorar la fiesta bacteriana intestinal. Evitemos los antibióticos en exceso, movamos el cuerpo, reduzcamos la tensión y durmamos bien. Cuidando estos puntos, mejoramos la digestión, las defensas y la vitalidad en todas las etapas.

¿Qué es la microbiota y por qué es importante?

El cuerpo humano alberga un pequeño mundo, una jungla microscópica vital. Es un ejército de bacterias, virus, hongos y bichos diminutos, ocupando cada rincón: piel, boca, vías urinarias, pero, sobre todo, el intestino. Cada grupo tiene su trabajo, como si fueran gremios especializados. La gente del intestino, por ejemplo, son las estrellas de la digestión, fabrican vitaminas y nos defienden de invasores, un equipo esencial para nuestra salud.

Al nacer, la comunidad microbiana comienza a crecer, cambiando con el tiempo. El parto natural baña al bebé en microbios buenos, gracias a la mamá, ayudando a su defensa. La leche materna, en los primeros meses, es clave: aporta nutrientes y bacterias para un equilibrio microbiano. Años después, la comida, el lugar donde vivimos, los antibióticos y cómo vivimos moldean esta comunidad interna, haciendo que cada persona tenga una mezcla única de bichitos.

La armonía interna, gracias a nuestras bacterias, nos mantiene sanos y felices. Pero, a veces, cosas inesperadas desequilibran esta fiesta microscópica, creando una disbiosis, una especie de caos bacterial. Este desorden puede provocar problemas digestivos, inflamaciones raras, defensas bajas y hasta problemas metabólicos o neurológicos. Es vital entender qué afecta a estas bacterias y cómo ayudarles a mantener la paz para evitar enfermedades y vivir mejor.

Microbiota y problemas digestivos

Las microbiota inquietas hablan de un desajuste microbiano; esas criaturas diminutas que viven allí son vitales para digerir la comida. Si las bacterias buenas disminuyen y las malas aumentan, tu sistema digestivo se queja, causando malestares y problemas a largo plazo.

Un intestino con bichos raros puede causar hinchazón y gases, como si tu barriga fuera una fiesta de flatulencias. Puede ser que tengas diarrea o estreñimiento, depende de cómo estén esos bichitos. A veces, duele la panza, como si te dieran patadas por dentro. Y, ¡zas!, de repente no toleras ciertos alimentos, como si tu cuerpo los rechazara.

En los más pequeños, estos desajustes pueden mostrarse con llantos constantes y retorcijones, una pesadilla en sus primeros meses. La absorción de nutrientes se dificulta, frenando su crecimiento. A veces, una flora intestinal fuera de control en la infancia puede causar alergias o malestares inflamatorios. En los mayores, las consecuencias son más evidentes: un desequilibrio intestinal está relacionado con dolencias crónicas como el síndrome del intestino irritable, que trae dolor, inflamación y problemas digestivos. Puede incluso causar enfermedades intestinales que afectan mucho la vida diaria, como la colitis ulcerosa o la enfermedad de Crohn.

Microbiota y sistema inmunológico

El intestino alberga una gran parte del sistema inmunológico. Una microbiota equilibrada ayuda a entrenar las defensas del cuerpo para reaccionar correctamente frente a infecciones y enfermedades. Los expertos de Probactis aseguran que mantener un equilibrio adecuado de la microbiota intestinal es fundamental para la salud general, no solo en términos digestivos, sino también para el bienestar emocional y mental. Sin embargo, cuando la microbiota se altera, el sistema inmunológico puede debilitarse, haciendo que el organismo sea más propenso a infecciones recurrentes.

Nuestro sistema inmunológico combate a los patógenos, como los virus y las bacterias. Sin embargo, este sistema es más efectivo cuando las bacterias beneficiosas en nuestro intestino se encuentran en óptimas condiciones.  Estas bacterias funcionan como una comunidad solidaria que apoya nuestras defensas. Si esta comunidad se descompensa, tanto niños como adultos pueden enfrentar dificultades de salud.

Cuando somos pequeños, si nuestro organismo no se encuentra en su mejor estado, es probable que suframos resfriados con frecuencia, se presenten infecciones constantemente y enfermemos fácilmente.  Además, si las bacterias benéficas de tu cuerpo están desbalanceadas, podrías desarrollar alergias alimentarias o dificultades respiratorias; incluso, la piel puede verse afectada, presentando condiciones como eccema. En numerosas ocasiones, se ha identificado la disbiosis intestinal (alteración en la microbiota) como un elemento crucial en el surgimiento de enfermedades inflamatorias y autoinmunitarias en etapas tempranas de la vida, lo cual puede influir en el crecimiento del sistema inmune y en la salud a largo plazo.

Por otro lado, en la adultez, el efecto de una microbiota comprometida puede ser aún más relevante.  Se ha notado que el desequilibrio en la flora intestinal está vinculado con procesos inflamatorios crónicos que podrían favorecer el surgimiento de enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide, el lupus y la esclerosis múltiple.

Microbiota y salud mental

Pocos son conscientes de que el cerebro y el intestino están interconectados mediante lo que los investigadores han llamado el eje intestino-cerebro. Esta relación bidireccional permite que el intestino envíe mensajes al cerebro y, a su vez, que el cerebro comunique información al intestino, afectando una variedad de funciones tanto fisiológicas como emocionales. Un componente clave en esta interacción es la microbiota intestinal, que cumple un papel fundamental en la fabricación de neurotransmisores, tales como la serotonina y la dopamina, esenciales para el control del estado de ánimo, el estrés y la ansiedad. De hecho, alrededor del 90 % de la serotonina presente en el cuerpo se genera en el intestino, lo que enfatiza la relevancia de mantener una microbiota en equilibrio para el bienestar emocional y mental.

Cuando la microbiota está desequilibrada debido a una dieta inadecuada, el uso prolongado de antibióticos, el estrés o la falta de sueño, pueden aparecer diversos trastornos emocionales y cognitivos. Entre los efectos más comunes de una microbiota alterada en la salud mental se encuentran la ansiedad y el estrés, ya que un desequilibrio en las bacterias intestinales puede aumentar la producción de hormonas del estrés, como el cortisol. También se ha observado una relación entre la disbiosis intestinal y la depresión, ya que la falta de ciertos microorganismos beneficiosos puede afectar la síntesis de neurotransmisores clave para la sensación de bienestar. Además, un mal estado de la microbiota puede contribuir a problemas de concentración y memoria, dificultando el rendimiento cognitivo en el día a día. Otro síntoma frecuente es la alteración del sueño, ya que la producción de melatonina, la hormona que regula el ciclo de sueño-vigilia, también está influenciada por la microbiota intestinal.

En la población pediátrica, diversas investigaciones han indicado que un desbalance en la microbiota puede estar asociado con trastornos del desarrollo neurológico, tales como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el autismo. Aunque aún se están explorando los mecanismos precisos detrás de esta relación, se ha encontrado que ciertos niños diagnosticados con estas condiciones muestran diferencias en su microbiota en contraste con aquellos que no tienen estos problemas.  En los adultos, también se manifiesta la conexión entre el intestino y el cerebro, puesto que un desequilibrio en la microbiota puede ocasionar fatiga mental, estrés prolongado y alteraciones en el estado de ánimo. Aspectos como el alto consumo de azúcares y alimentos ultraprocesados, la vida sedentaria y la falta de un descanso adecuado pueden disminuir la diversidad microbiana intestinal, afectando de esta manera la salud mental.

 

La microbiota intestinal constituye un ecosistema intrincado y en constante cambio que alberga billones de microorganismos en nuestro tracto digestivo y es fundamental para múltiples funciones del cuerpo.  Su equilibrio resulta crucial para el mantenimiento de una buena salud general, ya que impacta en la digestión, la asimilación de nutrientes, la regulación del sistema inmunológico y, de forma significativa, en el bienestar emocional. Numerosas investigaciones han revelado una relación bidireccional entre el intestino y el cerebro, conocida como el eje intestino-cerebro, a través del cual la microbiota influencia la producción de neurotransmisores como la serotonina y el ácido gamma-aminobutírico (GABA), los cuales son esenciales para la regulación del estado de ánimo y la respuesta al estrés. Por lo tanto, un desbalance en la microbiota puede dar lugar a problemas digestivos y también a síntomas asociados con la ansiedad, la depresión y otros trastornos neurológicos. Para mantener la salud de la microbiota y, por ende, contribuir a un bienestar emocional óptimo, resulta fundamental establecer hábitos que favorezcan su equilibrio. Una dieta rica en fibra, probióticos y prebióticos es esencial. La fibra, que se encuentra en frutas, verduras, legumbres y cereales integrales, actúa como sustrato para las bacterias beneficiosas, favoreciendo su crecimiento.  Los probióticos, presentes en alimentos fermentados como el yogur, el kéfir, el chucrut o el miso, aportan microorganismos vivos que refuerzan la diversidad y la estabilidad de la microbiota.

 

 

 

 

 

 

 

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